Continuemos platicando sobre los objetos en la maleta. Los primeros dos están en la primera parte de este recuento.
3.-
Empiezo con una confesión: al hacer este proyecto, noté que estoy a un pasito de convertirme en acumuladora patológica, aunque me queda el consuelo de que Víctor es todavía peor que yo. Ya les contaré.
Cuando abrí la vieja maleta después de estar tanto tiempo arrumbada debajo de un librero, me encontré con una fotografía de mi hermano Ricardo y mía, vestidos de charro y china poblana. Seguramente era septiembre, como ahora. La parte de arriba está cortada. Desconozco el motivo, pero al verla supe que incluirla en el proyecto.
Por otras fotos de finales de los años cincuenta, adivino que en ese momento habitábamos la primera casa en la que viví, en la calle de Rébsamen. Mi hermano y yo estamos sentados sobre una cama pequeña, seguramente de él, de mi abuelita Chelo o mía, porque los tres compartíamos cuarto. Cuando nació mi hermano menor, se unió a la banda. No me imagino quién cortó la foto o por qué. ¿Sería un accidente? Ni a quién preguntarle, pero después de ver esta fotografía, en la siguiente, más que lo que se ve, me llamó la atención lo faltante.
4.
El siguiente objeto es otra fotografía familiar, montada en un botón, como de esas que se venden en parques de recreación. Están mis padres y mis hermanos, pero yo no estoy. Supongo que ya estaba en Atlantic College, el internado al que me enviaron a los 16 años.
¿Los extrañé cuando estudié fuera de México? Por esta tarjeta navideña de 1971, yo diría que no. Fui muy feliz lejos de mi familia, por lo que el botón, más que nostalgia, me produce alegría.
Retrato de mi abuelita Chelo, pintado por mi mamá.
Por cierto, ya para entonces llevábamos varios años en el Pedregal, al que llegamos cuando yo tenía seis años y era un rumbo que apenas empezaba a fraccionarse. Había casi puros lotes baldíos, cubiertos de maravillosas formaciones de lava. No faltaban las tarántulas y una que otra víbora de cascabel. En esa casota cada quien tenía su cuarto, pero cuando recién nos cambiamos, todavía chicos, en las noches los tres nos íbamos al cuarto de mi abuelita. Toño cabía con ella en la cama, mientras que Ricardo y yo nos acomodábamos en el suelo.
5.
Este es uno de esos collares que venden en las funerarias para guardar una pizca de las cenizas del difunto para llevarlas cerca del corazón. En este caso se trata de mi hermano Antonio, que siempre fue mi consentido y murió en mayo de 2019. De todas las ausencias en mi vida, la suya es la más dolorosa, aunque yo lo sigo sintiendo muy presente.
Lo llevé a La Lagunilla porque me hubiera encantado que me acompañara a este evento, como a tantos otros a los que siempre asistió. Además, estoy segura que, con su humor negro, le hubiera divertido mucho que lo sacara a pasear como parte de una obra de arte. Durante mi visita a la Galería Tianguis Neza para contar chismes de estos objetos de la que pueden leer ver aquí, nadie preguntó sobre el collar fúnebre. O no lo vieron o no se atrevieron a preguntar.
6
Este pequeño botón es del primer festival de Teatro Indígena en Canadá, que se llevó a cabo en 1980 y me evoca a dos ausencias: la de alguien que se fue y la de alguien que nunca llegó.
Jane y mi papá, mi cuñada Olivia y Víctor y yo.
Resulta ser que antes de morir, mi mamá había quedado de ir con mi papá a Canadá porque ella, que en algún momento estudió actuación con Seki Sano, le ayudó a los organizadores del evento a contactar al colectivo que fue de México. Creo que participó un grupo de teatro Indígena en Náhuat, acompañado por Domingo Adame.
Entre los organizadores estaba el esposo de Jane, que fue novia de mi papá durante la II Guerra Mundial. Él pertenecía a uno de los pueblos originarios canadienses.
El hecho es que mi mamá murió poco antes del festival y yo acompañé a mi papá. Para mí fue un evento muy interesante, cuestionador, aunque lo aproveché poco por el dolor de la pérdida. Ahí conseguí el botón.
Pero el chisme aquí es que tiempo después, murió el esposo de Jane y ella vino a visitarlo a México. Parecía que iba a renacer el amor que ella y mi papá se tuvieron años atrás. A mis hermanos y a mí nos hubiera encantado. Él se veía feliz y Jane nos conquistó a todos con su sentido del humor, gentileza e inteligencia. Desafortunadamente esto no sucedió porque ella tenía su vida hecha en Canadá y allá estaban sus hijos, y mi papá no tenía planes de dejar México, pero abrió las puertas a un capítulo de las novias de mi papá durante la viudez, del que les podría contar muchos chismes.
7.
Termino el lote de las ausencias con este pequeño prendedor que guardo desde hace casi 60 años. No sé si me lo regaló mi papá, que viajaba mucho por cuestiones de trabajo, o si yo me lo compré en algún viaje familiar. No sé por qué lo guardé, si jamás lo he vuelto a usar, pero intuyo que siempre me llamó la atención que la flor fuera de color azul. Ante este vacío, cuando me preguntaron sobre el dichoso prendedor sin historia, le pedí al público que me regalara una historia que sirviera de recuerdo.
Mónica Mayer, septiembre 2024.